La pesadilla de anoche no se
compara con la realidad que me esperaba al despertar. Fue una noche
agotadora, con muchas caminatas nocturnas llenas de insomnio que llevaban
tu nombre grabado; fue de esas noches que por más que te recuestes no logras
conciliar el sueño. Se acaban más pronto las ovejas que mi paciencia, por
esperarte cuando te dignes a venir. Ni una llamada; ni una.
Un movimiento en falso y me
sentía desfallecer, como si hubiese querido que así fueran las cosas. Y no lo
fue. A media noche todo parecía cambiar, soñé despierta y amanecí desvelada,
sólo pensando en ti. En los eternos amaneceres que pasamos juntos, en las
mañanas que despertaste a mi lado, en esa extraña y dulce sensación de sentirme
querida, aunque bien sabría que sólo sería por un rato.
Era medio día apenas cuando todo
empezó a salir mal, me dijiste que partirías y contesté que; yo por ti
esperaría. En una de tantas movidas, mientras esperaba ansiosa tu regreso, salí
a buscarte; no quería verte, más sólo haría la finta de encontrarte para ya no
engañarme. ¿Qué pasó? Te vi, me viste, cruzamos miradas sin intercambiar
palabras. Tú y ella parecían a gusto, parecía no importarte mi presencia,
cuando creo que en el día ni siquiera notaste mi ausencia.
Volví la mirada, ya no esperaba
nada. Regresé a casa, sólo para que me encontraras. Cuando volviste, sentí cómo
una daga atravesaba mi cuerpo, mi corazón y mi alma, ¡no tuviste despecho! No
importaba lo que me dijeras, yo vi el acontecimiento, nadie necesitaba
mentirme, sólo tú para justificarte. Dijiste que sólo era una vieja amiga, un
amor de esos que no se olvidan, una historia que te gustaría que se
repita. Me mentiste con la verdad, pero a ella, terminaste engañándola con el
recuerdo. No miento, no lo acepto.
Me fui, ya no quedaba nada de mí,
nada que pudieras ver. Me escondí en los lugares más recónditos que
puedes imaginar, me embriagué de olvido, le hice el amor al recuerdo, me
acosté con la duda, me dormí con tu aroma; sin pensar que mi vida no valía ya
nada, que con ella estabas ahora acostado. Días después comenzaste a
buscarme, a pedirme perdón y sin rencor; que volverías a mi vida. Que todo
cambiaría, oh vida mía, qué difícil hiciste mi día.
Y hoy continúa mi agonía, mi
desdicha y mi travesía, en esta noche oscura, tanto como tu cabello lacio
y negro; acompañada de la luna que se ve tan clara que pareciera un lunar más
en tu espalda, o en tus labios, o en tus brazos. Me hubiese gustado dedicarte
mis palabras, mis lágrimas, mi todo y mi nada; dedicarte la más bonita de las
melodías, el más largo de mis días y la más larga de mis noches, mis pasiones,
mis locuras, mis pensamientos ¡todo aquello que yo tengo! Porque yo sólo quiero
decirte eso, que te quiero; pero que no te tengo.